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El flamenco, el ritmo



Como me han dicho hace poco, dile al cienpiés que nos explique cómo se las apaña para caminar. En lo que se pare a analizar, seguro, se liará con sus tantísimas patas.
Estoy llevando el ritmo con las manos y los pies en un curso de flamenco. Al lado, una chica está mirándome y tratando de copiar. Al final me pregunta: ¿cómo se hace, tres palmadas y una con los pies?. Me quedo parada, me he puesto a pensar y ya he perdido el compás. Salgo del paso y le contesto "no lo sé"... No sé, francamente, cómo lo hago. Me mira con cierta frustración. Me había dejado llevar, simplemente eso, había observado un rato y después, como en volandas, había entrado en ese ritmo común creado en el grupo. Ahí estaba el cantaor, totalmente entregado en sus coplas, mostrando diferencias entre soleá. soleá por bulerías, y bulerías. Su enseñanza, con la práctica, su ejemplo dejándose invadir por el sentir. Ahí estaban los alumnos, algunos tratando de seguir con el alma, otros, con la cabeza.
Y me viene reflexionar sobre el ritmo, sobre todos los ritmos, desde los primeros... Desde la pulsación de dos células que se hicieron una, "pum, pum, pum, pum", tensión, carga, descarga, relajación...el latir de la vida, que se traslada al bombeo continuo del corazón... "un, dos, tres, cuatro...", expansión, contracción, movimiento que se acentúa, que marca la armonía de los seres animados. Seres, pequeños seres fuimos, en crecimiento, llevados por los ritmos. No había linealidad en nuestro desarrollo, había un pulsar. Y fue muchísimo antes de que el córtex se desarrollara.
Imagino a las células, aumentando de tamaño, especializándose, adquiriendo formas variadas dependiendo de su función, con el "pum, pum, pum, pum" de fondo, sintiendo de alguna manera esa música que las lleva a multiplicarse. Y más tarde, ya conformados en pequeños seres, con nuestra forma humana, con las extremidades, la cabeza, el tronco... empezamos a oír, en el vientre materno, el latido del corazón del ser que nos alberga. El oído, el primer sentido que se desarrolla, dicen, va incorporando su primera música, el latir sin cesar, reconfortante, reasegurador. Y vienen otros ritmos, otros movimientos que se superponen, mezclándose, creando un todo colorista, aparentemente caótico tal vez, pero con una gran coherencia que da bienestar, que produce confianza básica. Ritmos... "un, dos tres, cuatro...", que crecen en complejidad y se aceleran o frenan, suben y bajan, van... y vienen... Ahí nosotros, seres humanos, formándonos a partir de ello, teniéndolos como fondo, sosteniéndonos en ellos, meciéndonos, para... vivir.
Y ese ser, sintiente, que no pensante, se abandona al vaivén... Y así debería también ser el nacimiento, ese abandono a ritmos de contracciones que llevan al desplazamiento por el canal del parto. Y un, dos tres, cuatro, tensión, carga, descarga, relajación... Ritmos, ritmos, que se sienten desde dentro, que nos empujan a salir, una y mil veces. Del vientre materno, del cobijo de nuestros padres al inicio de la socialización, de casa, en la adolescencia y edad adulta...
Ritmos comunes... en las relaciones, en los bailes de la vida, entradas en oleajes energéticos que nos llevan a actuar armónicos, creando un todo entre muchas individualidades... Ritmos en el encuentro sexual, cuando dos cuerpos se funden en el abrazo genital...
Y ritmos... que se entorpecen, también, cuando entra a destajo lo que no toca, cuando se desajusta el tempo necesario y se violenta el proceso. y se entorpecen, y mucho, cuando desde el córtex, la última capa de cerebro, la que se formó más tarde y se encarga del razonamiento, quiere tomar el mando absoluto anulando todo el trasfondo preverbal. 
Para, para, le hubiera dicho a aquella chica, escúchate a ti, entra en ti y no mires para fuera. Apaga el razonamiento, fluye, déjate llevar sin miedo... El ritmo, ese ritmo interno, esa fuerza de la vida, aparecerá. Usa el alma, no la cabeza...




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